El 3 de mayo se celebra el Día de la Chakana en el hemisferio sur, donde la llamada constelación de estrellas de la Cruz del Sur adquiere en el cielo nocturno la forma astronómica de una cruz perfecta. Para los pueblos andinos, es otoño, un tiempo de pedir permiso a la Pachamama para recoger los frutos de la cosecha. Según la tradición amawtica andina, esta constelación en la cúpula celeste de la noche representa el símbolo sagrado de la chakana ancestral, una figura en forma de cruz cuadrada escalonada. Para los pueblos originarios es como una escalera o puente que invita a conectar los distintos planos de existencia y a viajar por ellos en equilibrio.
Warawara, mujer medicina amawtica, nos invitó a meditar antes de la salida del sol sobre los mensajes que traían para cada una de nosotras este día de la chakana.
Como llevo semanas dándole vueltas a concretar mi misión de vida, me vino la herida de la comparación y la envidia. Entonces oí a mi maestra interna:
“Para vivir en paz en la tribu has de construir con fe en tu interior y en los dones que vienes a ofrecer al mundo. Cuanto más enamorada y segura estés de tu propio legado, de la importancia de tu medicina extraída de tus propias heridas de vida, menos te sentirás “avasallar” por los dones y cualidades deslumbrantes de tus hermanas.
Imagina entonces qué hermosísimo tejido crearemos entre todas para honrar a nuestra madre la Pachamama. Ella nos ha regalado estos dones no para que los disfracemos u ocultemos o nos avergoncemos. ¿Tendría algún sentido? Si no para que sean elevados como estandartes, como frutos valiosos para ser ofrecidos a todos los seres para su crecimiento y evolución.
Así, los celos o la envidia son emociones que hay que aceptar como humanas, pero ver que están causadas por ignorar el propio valor, el brillo de cada una de nosotras.
Ahí está la importancia de reconocer primero nuestro tamaño, nuestras necesidades, nuestros límites. Y reflexionar sobre los dones que nos han sido entregados, cada cual los suyos, para caminar conscientes, agradecidas y gozosas.
Cuando por fin me atrevo a reconocer lo que yo soy, con humildad, pero sin falsa modestia, empieza y acaba todo. Acaban las comparaciones, porque no tiene sentido comparar una hormiga con un avestruz o una sardina con un águila. Si así lo haces, te desgastas, pierdes el cariño por ti misma y te distancias de los otros.
En cambio, desde el reconocimiento de la grandeza de mi ser, tal cual vengo de fábrica, empieza todo. Si estoy despierta a mi papel, grande o pequeño, pero imprescindible para ese camino de la humanidad que se hace al andar, podré realizar mi misión.
Hoy me reconozco como esa chispa, esa confianza en mi esencia, capaz de transformar mi trocito de mundo y de rebote expandir de sentido y belleza toda la galaxia.
Si cuidamos cada uno de los lados de esa cruz dentro de nosotros, es decir, nuestra cuaternidad, de cuerpo, mente, emoción y espíritu, entraremos en coherencia con lo que somos y veremos lo absurdo de compararse con nadie y abriremos el corazón y los horizontes”.
Tras esta reflexión, he mirado a la chakana en mi altar y me ha invitado a visualizarme en su centro para sentirme en equilibrio. Desde ahí he visto que Somos Uno y que todo lo que yo ofrezca al mundo, desde ese centro, en total confianza y amor, siempre saldrá bien.